jueves, 19 de agosto de 2010

Soren Kierkegaard

Sin embargo, durante el siglo pasado, se habían elevado algunas voces en un intento de superar el reduccionismo antropológico de la teología liberal. Una de las más importantes fue la de Soren Kierkegaard, con su tesis del «Dios enteramente otro» y la consiguiente contraposición entre Dios y el hombre.

S. Kierkegaard conserva una cierta impronta hegeliana en la Importancia que atribuye a la dialéctica. Pero la dialéctica que en Hegel se desarrolla en el plano objetivo, histórico, para Kierkegaard acaece en el plano personal, existencial (en un hegelianismo «interiorizado»), pues en su existir «el hombre es un ser que hace eclosionar la nada». 

La dialéctica entre el ser y la nada, la oposición del ser y el no-ser se da para Kierkegaard en la concreción de la existencia como « paradoja», como discontinuidad no del todo reductible a la lógica: pues todo dinamismo vital es contradictorio e ilógico de por sí. La unidad en la dualidad es la característica del espíritu; por eso la contradicción es la verdad de la vida misma, que se convierte así en «patética». 

De ahí que el cristianismo venga a ser la verdad suprema de la existencia humana porque implica la contradicción absoluta entre el hombre y Dios, lo finito y el infinito.

Ahora bien, siendo la contradicción la verdad más profunda del existir humano, la revelación cristiana llevará a su máxima radicalidad esta paradoja que es el hombre. Por eso Cristo siendo la verdad absoluta, es también el sufrimiento y la paradoja absolutos. 

Desde esta perspectiva la divinidad de Cristo coincide con la kénosis o anonadamiento radical: Jesús no es un gran hombre, sino un hombre paradójico, pobre, humilde siervo, su mediocridad le es esencial. Para Kierkegaard, Cristo, más que ejemplo moral, lo que hace es introducirnos en la verdad suprema de su vida, que no es otra que su muerte: por ella nos sitúa en la auténtica relación con el Infinito. 

Pero esta redención vinculada a la muerte, acaece y se revela en la vida misma como intensidad de interioridad: por eso la muerte es semilla de vida y resurrección. Barth asumirá en parte esta cristología, incluso el incógnito de Dios: Cristo no puede revelar a Dios directa, sino indirectamente. Barth acentuará en mayor grado que Kierkegaard la fidelidad de Dios al hombre, revelada a través del sufrimiento, la muerte y resurrección de Cristo.

Barth, Karl. La Carta a los Romanos. BAC: Madrid, 2002

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