viernes, 2 de septiembre de 2011

Ética mundial y derecho mundial: reflexiones filosóficas


A pesar de que la Declaración de una Ética mundial no albergaba la intención de ser un conjunto de formulaciones jurídicas, o un analogon de la Declaración de Derechos Humanos de Naciones Unidas, sus contenidos tienen un significado internacional, precisamente en una era de conflictos bélicos regionales, de genocidios, de contaminación medioambiental, de discriminación, de una escandalosa desigualdad en la distribución de los bienes, del cambio climático y del acceso precario o inadecuado de muchos habitantes de la Tierra a bienes necesarios para la vida.

Por esta razón, los principios de la Declaración de una Ética mundial pueden ser un apoyo, incluso una fuente de los fundamentos generales del derecho internacional. Tres características de estos principios éticos sustentan este punto de vista:

1. Están reconocidos por un amplio consenso internacional. Es verdad que este consenso se da más bien entre grupos religiosos que entre Estados nacionales, pero la mayoría de esos grupos son transnacionales y transculturales en su misma orientación. Por otra parte, los principios de una ética mundial son también defendidos por destacados políticos (como han puesto de manifiesto, entre otros, los citados discursos sobre ética mundial en Tubinga).

2. A pesar de que los principios de una ética mundial no están pensados como derechos y responsabilidades jurídicas (obligaciones), adquieren, no obstante, una fuerza vinculante. Son unos patrones de comportamiento obligatorios, no de libre elección. Así, por ejemplo, la condena por corrupción en el ámbito de la economía, tal como figura en la Declaración, puede encontrar con el tiempo su formulación en una convención internacional (o en el derecho consuetudinario) contra la corrupción. Las normas éticas jurídicamente no vinculantes han conducido cada vez más a la codificación de formulaciones específicas en tratados vinculantes, especialmente en la legislación sobre derechos humanos y en el derecho medioambiental internacional.

3. Algunos principios de la Declaración de una Ética mundial son válidos como precursores de normas jurídicas internacionales, pues abordan temas que se plantean hoy en el contexto de la globalización. Por ejemplo, el segundo precepto de la Declaración, que trata de la decencia en los negocios, resulta relevante para las actividades transnacionales de empresas multinacionales que sólo buscan reglamentaciones favorables a la maximización de sus beneficios.

Cuando en el año 1990, con mi libro Proyecto de una ética mundial, establecí los fundamentos programáticos para elaborar una ética mundial, nadie podía suponer la influencia que iba a adquirir este tema a nivel nacional e internacional. Algunos tildaron entonces este proyecto de utopía. Pero la idea de una ética mundial no es ninguna utopía, ningún lugar que no existe, sino una visión, pues muestra el aspecto que debe y puede tener un mundo no “idílico”, pero sí mejor.

Es una visión que mira al futuro: nosotros, y todas las personas que con nosotros trabajan en ello en el mundo, estamos convencidos de que es imperiosamente necesario un compromiso en favor del respeto y del entendimiento entre culturas, así como una actuación para lograr unos patrones éticos en la sociedad, incluidas la política y la economía. La ética mundial es una visión realista que, por supuesto, no se puede materializar de un día para otro, sino que requiere tiempo. Así sucedió también, hace treinta o cuarenta años, con las cuestiones sociales, con la nueva comprensión de la paz y el desarme, la naciente sensibilidad por los problemas del medio ambiente y la nueva articulación de la colaboración entre hombres y mujeres. Todas estas cuestiones tuvieron también una dimensión ética, y el cambio de mentalidad ha requerido décadas, y continúa hasta nuestros días. De la misma forma, también en la cuestión de una ética mundial común se requiere un largo y complejo proceso de modificación de la conciencia.



Küng, Hans
Ética mundial y derecho mundial: reflexiones filosóficas
Utopía y Praxis Latinoamericana, vol. 16, núm. 52, enero-marzo, 2011, pp. 115-126
Universidad del Zulia
Maracaibo, Venezuela
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lunes, 8 de agosto de 2011

De la "Verdad" y otras quimeras

Anthony Sampson

Antaño cualquier colegial sabía hasta qué punto la civilización occidental se arraiga en los esplendores de la cultura griega. Actualmente, ése ya no es el caso, pues la educación secundaria parece haberse fijado la tarea de producir una amnesia generalizada. No obstante, las instituciones políticas griegas, sus prácticas y modos de pensamiento –sin paralelo en otras civilizaciones antiguas, por brillantes que fuesen– nos han marcado para siempre (en la reflexión política, basta con recordar la obra de Hannah Arendt para convencerse de ello). 

En otro ámbito, la mitología griega es una fuente inagotable de la que han bebido siglos de escritores y pensadores del mundo occidental. La tragedia es otra invención griega sin la cual el mundo occidental no se reconocería a sí mismo. Y se podría seguir y seguir anotando nuestras herencias legadas directamente por los antiguos griegos a todo el mundo occidental. No es una afirmación temeraria aseverar, entonces, que la deuda con esa lejana cultura es prácticamente imposible de exagerar.

Empero, no siempre se percibe la incidencia decisiva, pero a menudo sutil, de la antigua episteme griega sobre nuestras formas habituales y actuales de hablar y pensar. Como es tan endemoniadamente difícil tomar distancia crítica frente al medio lingüístico en el cual estamos sumergidos, no nos percatamos del legado léxico y semántico griego que estructura incluso nuestras concepciones más básicas y banales. Por lo demás, la llamada episteme (en el sentido del Foucault de la Archéologie du savoir [1969]) de la modernidad, caracterizada por el surgimiento de la física matemática en el siglo XVII, es en muchos aspectos una conservación radicalizada de la antigua griega. Es decir, el sueño griego (imposible de cumplir en ese entonces, para gran decepción de Platón) de lograr la certidumbre en el saber –de obtener demostraciones apodícticas y predicciones exactas– en todos los órdenes de la naturaleza, finalmente comenzó a realizarse con la revolución galileana.

Fuente:
Revista de Estudios Sociales No. 40 agosto de 2011. Pp. 160. ISSN 0123-885X Bogotá, pp. 72-79. http://res.uniandes.edu.co/indexar.php?c=Revista+No+40

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domingo, 22 de agosto de 2010

René Descartes: Cogito, ergo sum

A René Descartes (1596 - 1650) se le conoce como el padre de la filosofía moderna. Su quehacer filosófico debe ser considerado a la luz del contexto histórico en que Descartes vivió, una época de grandes incertidumbres. Algunos de los postulados del gran Aristóteles habían sido desmentidos por la experimentación; los sentidos no eran dignos de todo crédito, como se podía deducir de la teoría heliocéntrica de Copérnico (todos tenemos la sensación de que el sol se mueve, pero resulta que somos nosotros los que nos movemos); la Iglesia había condenado injustamente a Galileo, cuando luego se demostró que era ella la que estaba equivocada.

En medio de este panorama tan confuso, Descartes se pregunta si hay algo que el hombre puede saber con certeza, fuera de toda duda. Descartes necesitaba un punto de apoyo para su pensamiento, pero por el momento lo único que tiene a mano es su propia duda. De repente todo le parece dudoso, incluyendo su propia existencia y la realidad de las cosas a su alrededor. Y es así como llega a la conclusión de que al menos hay algo de lo que podía estar seguro fuera de toda duda y es el hecho de que él duda. Si aún dudara que esté dudando y pensara que podría estar soñando que duda, aún así estaría dudando.